No espero nada y lo espero todo. Respirar me ayuda a no echar de menos nada. Quizás los recuerdos, quién sabe si las ilusiones, me transportan a ratos pasados lejos de donde ahora soy, cuando las sonrisas corrían de un lado a otro de la sala con estridencia. Eran risas de emociones compartidas, de placer reencontrado después de largas jornadas de trabajo y trasiegos. Era como la seda cuando se deja caer, llenando el pañuelo, dibujando las siluetas de espirales llenas de viento y de colores.
Todo vuelve, pienso a menudo, y nublan las pupilas que me han mostrado la vida durante tantos y tantos años. Pero la razón traiciona demasiado a menudo las emociones, y vuelve el sentimiento de nostalgia de un tiempo, extenso en las horas e intenso en el tacto.
Las nubes grises pintan de oscuridad una noche hasta ahora clara. La luna se esconde y las ilusiones hacen pinitos entre nieblas de ventoleras y aullidos. Lejos se me va la mirada, cercano siento el latido de un corazón cansado y, extenuados, los brazos caen a un lado de una cama frío y desordenado. Añoranza de la ternura, suspiro por la pasión, el tiempo se detiene, aspectos, para reencontrarse con el placer. Sólo tu espalda me reconforta. Y la camino, lentamente, la mido palmo a palmo, tiernamente, adivinando tus pies juntillas que imaginan, sintiendo el olor de mi respiración, un recorrido dibujado en tu piel.
También tengo los ojos cerrados e imagino. También imagino tus ojos y tu respiración. Y el tiempo se detiene, no se puede explicar, sencillamente lo siento.